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Está vez, vamos a hablar de los hombres que han querido dejar todo por seguir el ejemplo de vida de una persona que lo da todo : Cristo.
Sí, los sacerdotes o presbíteros o como muchos le decimos padre. Ellos al igual que todos son seres humanos, lo cual debemos tomar mucho en cuenta, ya que muchas veces nosotros como fieles que formamos la comunidad, pensamos que por ser sacerdotes; ellos nunca se enojan, nunca se desesperan o se equivocan y ! Ay ! de aquellos sacerdotes que lo hagan o que nos respondan mal, porque luego, luego se hacen 'chismes' o comentarios negativos de él : ! Qué el padre hizo esto !, ¿! Cómo es posible que el padrecito me haya gritado o me haya respondido mal !? y muchas cosas así .
O también porque creemos que por ser presbíteros y ciertamente deben ayudarnos, creemos que están a nuestro servicio a cualquier hora ó a cualquier momento. Y sí no nos hacen caso en ese mismo momento, pobre padre : le gritan, le insultan, le decimos que porque es así, e incluso se le amenaza que por su culpa se cambian de religión. ( Eso de cambiarse de religión por estos simples motivos o excusas, son para personas que aún no tienen sus ideales y creencias bien definidos )
Pues esto y más es la vida de un sacerdote. Pero ¿ Acaso nos hemos puesto a reflexionar sobre la vida total de él ?, ¿ Acaso sabemos porque actúa así ?, ¿ Siempre llegamos con buenos modales y a una HORA EXACTA para pedirle algo ?, ¿ Le respondemos bien cuando por cualquier motivo nos de una respuesta negativa ?.
Ciertamente, ellos tienen una gran preparación, porque para ser presbítero se necesitan de más de 10 años de estudio, pero ellos también son personas y pueden equivocarse. ! Claro !, hay de errores a errores, pero los anteriores ¿ serán motivos para actuar como ya se mencionó ?. No.
Un sacerdote debe también
contar con el APOYO de nosotros, en todos los momentos, compartir sus alegrías
y sus enojos, ya que es también una persona que tiene todos los
sentimientos al igual que nosotros los fieles y laicos. Lo único,
que nos diferencia de ellos es su celibato, su dedicación plena
y total a Dios, a Cristo y a María, y su rango como presbítero.
Bienaventuranzas del Sacerdote
Bienaventurado ese hombre que dejo su hogar por dar su vida a los demás.
Que no formo una
familia para estar libre y bautizarte.
Que causa tus burlas
y es a quien acudes para que bendiga tu unión matrimonial.
De quien dices los
peores chistes ya ala hora que pides la absolución, en nombre
de Cristo, siempre te perdona.
De quien vives mofandote
y buscas para que bautice tus hijos.
A quien siempre encuentras
defectos y quien siempre disculpa los tuyos.
A quien siempre
has despreciado llamandole cobarde para afrontar la vida y es quien te
da fuerzas para vivir tu existencia.
Que a pesar de saberse
despreciado, cuando le llamas con los ojos desorbitados por encontrarte
frente a la muerte, siempre acude presuroso para abrirte las puertas del
cielo.
A quien menosprecias
y criticas y siempre que le buscas, lo encuentras para darte paz.
Que trata de ser
mejor como hombre para ayudarte a ti, que le desprecias.
Bienaventurado ese HOMBRE que ha sabido AMAR A TODOS, porque en todos ha encontrado sed de ser amados...
Que a pesar de tus desprecios vive mucho mas feliz que tu y yo porque ha encontrado la maravilla de Cristo: "perdonalos, Señor, porque no saben lo que hacen"...
Bienaventurado ese HOMBRE al que todos pedimos cuenta de su vida y el jamás interviene en la tuya sino es por tus propios deseos, para darte PAZ y AMOR!.
Ana María
Rabatte.
Así que si él te ayuda a recibir a Cristo vivo y a convivir la Sagrada Eucaristía, el resto lo tienes sólo TÚ.
A continuación algunas anecdotas de cómo algunos llegaron a conseguir el sacerdocio, una gran virtud para ellos.
Los curas del mañana
Curas del 2000 es un libro recientemente editado por el Secretariado de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades que recoge los testimonios de 65 seminaristas que se ordenarán en este año 2000. Se les interroga por su pasado y su futuro, por las dificultades encontradas en el camino y por los retos que se marcan para su ministerio. Éstas son algunas de las respuestas:
1.- ¿Cómo surgió tu vocación?
Robert Baró Cabrera, Barcelona
Ya desde muy pequeño mis
padres me llevaron a la parroquia del barrio, en Sabadell. A través
de ellos y del párroco fui descubriendo todo un mundo entonces desconocido
para mí, ligado a una figura a la vez próxima y difícil
de definir: la de Jesús de Nazaret. Casi sin saber cómo,
me fui enredando en la parroquia, pero ni se me había ocurrido la
idea de hacerme cura. Yo quería ser arqueólogo, y lo tenía
muy claro. Hubo un tiempo clave en mi vocación, cuando, en 1992,
me enviaron de la Universidad a estudiar unos meses en Italia e Inglaterra.
Como la cosa más natural contacté con la gente de Iglesia
de Milán y de Pisa, y conocí unas formas de sentirse Iglesia
diferentes de las que yo había visto. Así me di cuenta de
que mi relación con la Iglesia era mucho más de lo que yo
me había imaginado, ya que era Ella quien me había dado a
conocer esa figura cada vez más próxima y más definida
a quien era capaz de llamar Señor. Al volver de Italia, me atreví
a hablar con el Rector del seminario, y después del Retiro espiritual
del día de San José tomé la decisión de ser
cura. Me parece mentira, han pasado más de siete años y aquí
estoy, en la recta final para mi ordenación al servicio de mi Señor
y de su Iglesia.
José Antonio Capurro Ponce, Cádiz-Ceuta
Sólo puedo verlo como
consecuencia de un proceso de conversión que ha transformado mi
vida completamente. Hasta bien entrada la adolescencia, mi relación
con Dios era de continuo reproche. El encontrarme en silla de ruedas provocaba
en mí la continua pregunta del ¿por qué? El estar
tan pendiente de mí mismo, lamentándome de mi situación,
hacía que no pensara en nada ni en nadie. Era como si todo se me
debiera. En esta situación me encontraba cuando alguien me animó
a ir a la parroquia. Es asombroso cómo la Palabra de Dios va calando
lentamente y le va dando sentido al aparente absurdo de la vida. Este proceso
fue largo, con continuos retrocesos y vuelta a empezar. El experimentar
cómo Dios me amaba en mi debilidad hacía crecer en mí
el deseo de anunciarlo a los demás. Aparecía ante mí
su mensaje de esperanza, de amor, de libertad como algo maravilloso e ilusionante.
Esto hizo que empezara a surgir en mí el deseo de seguirlo de una
forma más radical.
Sergio Martínez Mendaro, Oviedo
La historia de una vocación
creo que puede ser tan simple como ir viendo a Dios en tu vida y tu intento
de seguirle en lo que Él ha preparado para ti.
Yo entré en contacto
con la parroquia por culpa de unas clases de guitarra.
Al año siguiente, sin
darme cuenta, estaba tocando la guitarra en misa; al año siguiente
hacían falta catequistas para un grupo de comunión, y el
párroco me invitó a ser catequista, a mí que solamente
iba a misa para tocar la guitarra. Fui conociendo a gente muy interesante
y muy comprometida, que siempre me hicieron plantearme mi forma de colaborar,
de comprometerme y vivir mi fe. Empecé a salir con una catequista,
que fue la que literalmente me obligó a ir a una Pascua en la que
me planteé seriamente el ir al seminario.
Jorge Concepción Feliciano, Tenerife
Tenía aproximadamente
10 años. Mi párroco tenía un carisma especial para
las vocaciones. En las misas en las que más niños asistían,
solía terminar la homilía invitando a los niños a
orar ante el Señor preguntándole la pregunta fundamental:
¿Qué quieres de mí? Yo no me hacía esa pregunta,
porque intuía que, si le preguntaba eso al Señor, me respondería
que fuera sacerdote. Al año siguiente, mi párroco, después
de una confesión tal día como un 24 de diciembre, me preguntó
qué quería ser de mayor, y yo, sin saber lo que decía,
le respondí que quería ser como él. Durante todo el
bachillerato, seguí teniendo claro que el Señor me llamaba,
pero no tenía tan claro responderle. Me parecía que el sacerdocio
era un camino de infelicidad. Fue decisivo el testimonio del seminarista
que vino a mi parroquia cuando yo estaba en COU, porque su sonrisa me cautivó
y me hizo pensar que el Señor no me llamaba para ser un infeliz,
sino todo lo contrario.
2.- En el proceso de seguimiento del Señor y de la vocación, ¿qué dificultades has encontrado y cómo las has superado, y qué alegrías has tenido?
José Luis Hernández Calleja, Calahorra y La Calzada-Logroño
Alegrías, alegrías
no ha sido todo. En el seminario menor, ya se sabe: broncas, compañeros
que lo dejan y valen más que tú. Los amigos no te lo ponen
fácil, te respetan, pero no te comprenden. Te dicen eso de: Con
lo buenas que están las mujeres ¿quién quiere meterse
cura? Siempre surgen dudas: ¿Por qué yo?; también
hay algunos ratos de crisis, en los cuales la vocación flaquea.
Pero al final siempre encuentras momentos, experiencias y, sobre todo,
personas que te animan a salir adelante.
Jorge Fernández López Nieto, Madrid
Tuve una época difícil
en el tercer año del seminario, de pensar que yo me estaba escapando
por mis miedos a la vida, al trabajo, por mi timidez...
Realmente estaba convencido
de ello y tenía resuelto dejar el seminario. En una peregrinación
a la Virgen de Guadalupe, yo le pedía a nuestra Señora que
me ayudara. Allí sentí la certeza de que Dios me llamaba.
Yo seguía siendo el mismo, mi carácter, mi inmadurez...,
pero Dios me llamaba. Otro momento que me parece fue muy iluminador ocurrió
cuando, después de asistir a una convivencia centrada en el matrimonio
y la familia, volví deseoso de casarme. No hacía más
que pensar en la chica que me convendría. En ese tiempo, en uno
de los momentos que dedicamos a la oración con la Escritura, todas
las citas me remitían a los levitas, y en concreto una palabra me
arrolló: Tú no tendrás parte en Israel, Yo seré
tu parte, para ti serán los diezmos y las primicias, lo mejor del
ganado y de las cosechas... Me sentí especialmente querido por Dios,
contento de la heredad que Él me tenía
preparada.
Miguel Ángel Castro Quinteiro, Tuy-Vigo
No haber pasado por el seminario
menor me privó de tener una experiencia/referente de vida comunitaria.
Cuando entré en el seminario yo tenía muy idealizada la figura
del sacerdote, los veía como santos en vida, por lo que los seminaristas
debían ser personas muy piadosas. Pronto me di cuenta de que también
(como todo ser humano) tenían defectos, pero que hoy comprendo y
calibro con más prudencia y sabiduría. Las dificultades se
fueron superando con la convivencia diaria, con mucha paciencia por parte
de todos, comprensión, oración personal y comunitaria, retiros,
dirección espiritual, charlas con el Rector y los formadores.
3.- ¿Por qué y para qué quieres ser sacerdote? ¿Cómo sueñas tu ministerio presbiteral que ejercerás ya en el nuevo milenio?
Valeriano Martínez Alcaraz, Cartagena
La razón fundamental es
por Jesús. Porque se ha hecho presente en mi vida, me ha llenado
tanto, me ha enamorado de tal forma, que le he dicho que sí con
todo lo que soy y tengo. Y esto para seguir haciéndole presente
en el mundo que me ha tocado vivir. Jesucristo y su mensaje no han pasado.
Él quiere seguir estando presente en el mundo, quiere seguir llegando
al hombre para llenar su corazón de felicidad y de esperanza.
Antonio Pietro Lucena, Córdoba
Como a otros muchos jóvenes,
a mí me va a tocar ser Cristo para los hombres del nuevo milenio,
especialmente para los más pobres. Alguna vez me han dicho que,
desde cualquier voluntariado social, se puede hacer más bien a los
demás que desde el sacerdocio. Eso es cierto sólo en parte.
El sacerdote, revestido del poder de Cristo, es ministro de una salvación
más radical, más profunda: la salvación eterna. Será
un reto para los sacerdotes del tercer milenio llevar a Cristo a una sociedad
que, deslumbrada por el cientificismo y el bienestar, trata de construir
su vida al margen de Dios.
Para ello necesitaremos un nuevo
ardor, un nuevo lenguaje, y, al mismo tiempo, siendo del todo fieles al
Magisterio de la Iglesia.
Alberto Jiménez Jiménez, Cuenca
El mundo al que te diriges, por supuesto, no lo ve muy claro: ¿Y tú vas a ser cura? Pues mira, sí. Porque el Señor te ha mostrado que te escoge de entre miles para que le dediques la vida, para que la consumas con Él y con los demás, para que recuerdes y hagas presentes a todos una Alianza que cumplió hace dos mil años, pero de la que aún el mundo se niega a gustar los beneficios.
Anecdota
Todo comenzó en una discoteca
Me ofrecieron trabajar de relaciones públicas en una discoteca de Madrid que entonces estaba muy de moda. Acepté. Me encargaba principalmente de tres tareas: hacer publicidad, invitar a gente y crear un ambiente acogedor atractivo. Este último aspecto me pareció el más interesante, porque implicaba estar dispuesto a hablar con todo el mundo, elegir la música, salir al paso cuando se comenzaba a gestar algún problema. Y, aunque parezca mentira, la mayor parte del tiempo la dedicaba a escuchar. Iba mucha gente en grupos los fines de semana, pero había otros muchos que iban solos, cualquier día, buscando desahogarse. Curiosamente, ahí aparecían los que uno menos podía imaginarse, los personajes más envidiados y admirados de la sociedad.
Así entré en contacto con mucha gente que aparentaba ser muy feliz, pero que se abrían buscando desahogarse con cualquiera que tuviera un poco de tiempo para ellos, y poco a poco se fue despertando en mí un vivo deseo de ayudar a esta gente, de hacer algo por estos jóvenes que yo ni siquiera conocía.
Entonces conocí a dos sacerdotes legionarios de Cristo y enseguida nació una gran amistad. Se quedó muy grabada en mí esta idea: Estos hombres sí tienen la solución para aquellos jóvenes. Inmediatamente nació otro pensamiento: Yo jamás seré sacerdote, pero si lo fuese, me gustaría ser uno de ellos. Y a medida que fui conociendo más a la Legión de Cristo y el espíritu de unión y alegría que se vivía en todas sus casas, me fui enamorando, casi sin darme cuenta, de aquel ideal de vida.
Ese año se jugaban en España los mundiales de fútbol, y ese mes se disputaban también los no menos importantes exámenes finales. Había que optar por una de las dos cosas y yo me decidí, obviamente, por los partidos. Pasaron los mundiales y, de repente, me encontré con el verano por delante y con varias asignaturas pendientes. Mi familia se iba a San Sebastián y estaban preparando una excursión a Londres con mis tíos y mis primos. Las dos cosas muy apetecibles, pero yo sabía que no era ése el mejor clima para estudiar, así que decidí irme al noviciado de Salamanca. Se lo propuse al padre y me dijo que aceptaba, siempre y cuando fuese de verdad a estudiar.
Pasé un verano estupendo, estudié lo mínimo y el resto del tiempo lo dedicaba a charlar con los hermanos que me encontraba. Una tarde me encontré con los hermanos Ignacio Oriol y Peter Byrne, hoy ya sacerdotes, y comencé a hacerles todas las preguntas que traía en la cabeza. Ellos estaban subidos en un andamio pintando un techo, y yo debajo les sostenía el bote de pintura.
Creo que tardaron tres horas en pintar un trozo de menos de un metro cuadrado, pero a mí me dibujaron muy bien lo que era un legionario de Cristo.
Miguel Carmena, L.C.
en ¡Encontré el
amor!
Mientras me quede algo por hacer, no habré hecho nada.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayan y den fruto y su fruto permanezca
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sección creada 30/06/2000/00:41hrs actualizada 31/12/2004/17:59hrs |
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