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Noticia tomada de Zenit .
 

JUAN PABLO II CANONIZARÁ A 24 MARTIRES DE LA PERSECUCIÓN MEXICANA

CIUDAD DEL VATICANO, 18 de Febrero (ZENIT).- Juan Pablo II beatificará el próximo 21 de mayo a 24 mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar en los años veinte en México. Lo reveló ayer el padre Fidel González Fernández, mccj, catedrático de Historia de la Iglesia y consultor de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos.

En el marco del Simposio internacional "Persecución religiosa en México", organizado por el Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum", institución universitaria que dirigen los Legionarios de Cristo en Roma, el padre González, aclaró que estos 24 sacerdotes y laicos forman parte del grupo de beatos proclamados por el Santo Padre entre 1988 y 1992.

COMO EN LOS PRIMEROS SIGLOS
La historia de la Iglesia en México entre 1911 y 1940 "Fue tan acerba que el Papa Pío XI la comparó a la de los primeros siglos cristianos", explicó González, tras haber trazado la epopeya de estos mexicanos (sacerdotes y laicos de la Acción Católica).

Fotos de la época recogen las imágenes escalofriantes de sacerdotes vestidos con los ornamentos, con las manos unidas en gesto de oración, que están a punto de ser fusilados en el paredón por pelotones del ejército. "La explicación de tan cruda intolerancia ha de buscarse precisamente en el carácter popular del catolicismo mexicano, presencia tan incómoda y simpatía tan difundida en el pueblo tenía que ser suprimida a la fuerza. Al principio, como no se podía con las armas, se pretendió hacerlo con las leyes, pero luego cuando las leyes se demostraron ineficaces, se volvió de nuevo a los pelotones de ejecución. Ninguno de los mártires fue sometido a juicio alguno; ninguno fue condenado por crimen alguno demostrado, ninguno bajo la legalidad. Como en el caso de las persecuciones romanas, y de todas las persecuciones, fue la simple pertenencia confesada a Jesucristo vivo hoy, confesado sin ambigüedades en aquel grito mil veces repetido y que los mártires gritaban antes de morir y rubricaban con su sangre de "¡Viva Cristo Rey!", "¡Viva la Virgen de Guadalupe!".

La estima que tenían los católicos mexicanos por sus sacerdotes era tan grande, que algunos soldados prefirieron morir por desobediencia a las autoridades militares que disparar a los sacerdotes.

Hay tres elementos que acomunan a todos estos mártires mexicanos, añadió el padre González, el amor a la Eucaristía (muchos murieron celebrando la Misa), a la Virgen (Guadalupe siempre estuvo en sus labios en el último momento) y su compromiso social al servicio a los pobres, que les llevó hacer todo lo posible "por mejorar las condiciones de la gente, por la justicia social en los círculos obreros, en la prensa y en mil iniciativas, en la formación de niños y jóvenes".

EL ORIGEN DE LA PERSECUCIÓN
Por su parte, el gran experto de este período de la historia mexicana, Jean Meyer, quien también participó en el Simposio, explicó que el estallido de la crisis tuvo lugar cuando el diario "El Universal" publicó declaraciones atribuidas al arzobispo de la Ciudad de México, José Mora y del Río, según las cuales criticaba los artículos 2, 5, 7 y 30 de la Constitución. "La entrevista se convirtió en la oportunidad para justificar el cierre de las escuelas católicas y de los conventos, la expulsión de los sacerdotes extranjeros y la limitación del número de los sacerdotes", afirma Meyer.

La conocida "ley Calles" se convirtió con el nombre de "artículo 130" en parte de la Constitución mexicana. Establecía duras sanciones contra quienes violaran aquellos artículos de la Constitución que atacaban a la Iglesia, a quien se le negaba definitivamente todo reconocimiento y todas las actividades que no estuvieran controladas por las autoridades civiles. A pesar de las dudas del gobierno y de los intentos de mediación de los obispos, el presidente Plutarco Elías Calles lanzó un ultimátum afirmando que el 31 de julio de 1926 la ley entraría en vigor pasara lo que pasara.

Mientras los Estados mexicanos comenzaron a aplicar la "ley Calles", los obispos y la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa (creada en marzo de 1925), trataron de bloquearla promoviendo la vía del referéndum; esta petición fue rechazada por el Congreso en septiembre a pesar de que se habían recogido dos millones de firmas en un país de 15 millones de habitantes.

De este modo, en enero de 1927, las áreas rurales del arco noroccidental de la meseta, desde el Bajío a Michoacán, se levantaron en armas contra estas medidas de represión del gobierno. Se trataba de grupos formados básicamente por peones y aparceros rurales. Paralelamente el gobierno aprovechó esta coyuntura para provocar una auténtica masacre de sacerdotes y católicos laicos. Es importante señalar que en los procesos de beatificación, se ha comprobado que ninguno de estos 24 mártires que canonizará el Papa tomaron las armas o fueron asesinados por motivos políticos, sino explícitamente por "odio a la fe".

Las tropas gubernamentales no lograron derrotar a los que se levantaron en armas con el nombre de Cristeros. El 21 de junio de 1929, sin embargo, el gobierno y la Iglesia firmaron un acuerdo que selló la reconciliación. Paradójicamente -concluye Meyer- los acuerdos que se firmaron entonces fueron realizados basándose en las propuestas que habían hecho los obispos en agosto de 1926 y que habían sido rechazadas por el Congreso, con la excusa de que se les había quitado a los obispos el derecho a la ciudadanía mexicana. "Al final, la razón triunfó por encima de los imperativos categóricos, pero cuánta sangre se derramó", concluye el experto.

SIGLO DE MARTIRES
Al intervenir en el congreso, el padre Javier García, uno de los mayores expertos de Teología latinoamericana y catedrático del "Regina Apostolorum", explicó que podría parecer anacrónico el hablar de mártires en el siglo del progreso científico, económico y tecnológico, bajo el signo del liberalismo, la democracia y la tolerancia. Y, sin embargo, "la realidad se impone tercamente. En efecto, el siglo XX pasará a la historia como uno de los más relevantes en número de mártires de la fe cristiana".

"Cifras a la mano, durante el pontificado de Juan Pablo II han sido beatificados y canonizados 236 mártires; pero sabemos que no están todos los que son, aunque sí son todos los que están. Tan sólo en la década que va de 1964 a 1994 los creyentes asesinados en razón de su religión católica superan los 600; si se añaden los sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos-laicas consagrados, asesinados en Ruanda en 1994, el número llega a 8009".

"Pero más allá y antes de la actualidad fáctica y numérica, lo más importante es la actualidad "eclesial" de los mártires por la comunión de los santos, concluyó Javier García. Los mártires pertenecen no sólo a su época, sino que marcan profundamente a la Iglesia de todos los tiempos".

El Congreso sobre los mártires mexicanos del Ateneo "Regina Apostolorum" formaba parte de toda una serie de Simposios sobre los mártires de este siglo. Ya se ha analizado la persecución religiosa en España de los años treinta, y durante este Jubileo continuarán los encuentros en torno a los testigos de la fe de Brasil, Europa del Este y durante el nazismo, de África y Asia.




 

La canonización de cristeros, una reconciliación entre la Iglesia y el Estado mexicano

Por: Rodrigo Vera

Ciudad del Vaticano.- El Papa Juan Pablo II hace un reconocimiento muy importante a México, ya que es el único país que tiene un día especial dentro de los festejos del Jubileo del año 2000, que se está realizando aquí desde que comenzó el año.

El día de México se festeja en la amplia plaza de la Basílica de San Pedro, el domingo 21 de mayo, fecha que el Papa dedica a la canonización de27 mexicanos, la mayoría de los cuales fueron víctimas de la persecución religiosa desatada por el gobierno callista. Alrededor de 30 obispos, arzobispos y cardenales mexicanos asisten en Roma a la celebración, considerada como uno de los más importantes acontecimientos religiosos en la historia del país.

Los tres personajes más importantes de la alta jerarquía mexicana, los cardenales Norberto Rivera Carrera, Juan Sandoval Iñiguez y Adolfo Suárez Rivera, están en Roma desde hace varios días.

Aparte de los más de 80 obispos aglutinados en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) -quienes el domingo concelebrarán la misa con el pontífice--, concurren a la ceremonia entre 35 y 40 mil mexicanos, muchos de los cuales hicieron un peregrinaje por Tierra Santa -Belén, Jerusalén, Nazareth--, como preámbulo de la ceremonia de las canonizaciones. Cada uno tuvo que pagar más de 3 mil dólares para costearse este viaje turístico - religioso.

Otros católicos mexicanos -provenientes sobre todo de los estados de Jalisco y Zacatecas, donde fueron martirizados la mayoría de los nuevos santos-llegaron directamente a esta ciudad. Y es común en estos días verlos caminar, en pequeños grupos, por las calles de Roma, cuyos principales edificios y monumentos fueron remozados con motivo del año jubilar.

Pese a que los próximos santos fueron víctimas del cruento enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado, ambas instancias están llevando, al menos aquí en Roma, una relación cordial: Horacio Sánchez Unzueta, embajador de México ante la Santa Sede, ha sostenido encuentros privados con los obispos mexicanos, y aparte fue recibido el viernes, en audiencia, por el Papa Juan Pablo II.

Sin embargo, Sánchez Unzueta, hasta el momento, ha esquivado a los enviados de los cerca de 40 medios informativos mexicanos que están aquí cubriendo el acontecimiento.

Para Cipriano Calderón Polo, vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, la guerra cristera es un episodio ya superado en la historia de México, por lo que incluso las canonizaciones en puerta pueden ser consideradas, dijo, como un motivo de reconciliación.

"Esa guerra y sus episodios están ya más que superados y ya se ha pedido perdón a Dios por la culpa que pueda haber de una parte o de la otra. Ahora lo que interesa es mirar lo positivo. Y lo positivo es que produjo santos", señalo Calderón Polo, en entrevista.

En el marco de las canonizaciones, los obispos mexicanos efectuaron el sábado una ceremonia religiosa en la Basílica de San Pedro. Así mismo, inauguraron y bendijeron una estatua dedicada a México que ya se encuentra asentada en el Pontificio Colegio Mexicano, institución educativa donde se preparan los cuadros dirigentes de la jerarquía mexicana.

En la Plaza de San Pedro, se colocaron 6 mil sillas para los mexicanos que asisten al evento, cuya musicalización está a cargo de Javier Castro, miembro del grupo de cantantes y cómicos Hermanos Castro. Los peregrinos tienen el domingo más actividades religiosas: el "angelus" del mediodía y una oración colectiva durante la noche.

El lunes, el pontífice volverá a tener otro encuentro con los miles de peregrinos mexicanos; será una audiencia colectiva, nuevamente en la Plaza de San Pedro. De ahí, los peregrinos viajarán a Asis, lugar donde salieron los primeros evangelizadores de América. En la Basílica de Santa María de los Angeles, en Asis, los obispos mexicanos concelebrarán la primera misa en honor a los nuevos santos. Por la noche, en el atrio de la basílica, habrá una fiesta mexicana, con la que concluirá el largo peregrinaje de los mexicanos que asistieron a la canonización de sus 27 nuevos santos.

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Un santo principal y 24 santos de reducida veneración

Por: Felipe Cobián y Rodrigo Vera

 Guadalajara, Jal.- Los otros 25 mártires de la persecución religiosa sufrieron  el acoso, la tortura y, finalmente, la muerte. Algunos apenas son venerados en los pequeños y abandonados pueblos donde se encuentran sus restos. Éstas son sus historias.

Después de permanecer tres días y noches colgado de las axilas en un pestilente cuarto de baño, sin comer ni beber, en el curato de Zapotlanejo, convertido en cuartel, el padre José Isabel Flores Varela fue conducido, a las dos de la madrugada, al panteón municipal. Ahí, lazo al cuello y a punto de la asfixia, fue subido y bajado bruscamente hasta lo más alto del árbol, cuantas veces se negó a aceptar la Ley Calles.

Finalmente, decidieron fusilarlo, pero cuando se dio la orden de fuego, las armas de la tropa se trabaron y nadie pudo disparar. Entonces, Anastasio Valdivia, un incondicional del presidente municipal José Rosario Orozco, sacó un machete y lo degolló. Y ahí mismo lo enterraron. Eran pasadas las tres de la madrugada del 21 de junio de 1927.

Años después, sus restos fueron exhumados y trasladados a Matatlán -población indígena al oriente de Guadalajara, trasponiendo, por un largo y sinuoso camino empedrado, las profundidades de la Barranca del Río Santiago- de donde era vicario cuando lo asesinaron. En ese lugar, al fondo del templo colonial casi en ruinas, en un desolado altar, sin más adornos que algunos exvotos de favores y milagros recibidos, se venera su memoria.

El primero

El padre David Galván Bermúdez es el primero de los considerados mártires de la Iglesia católica a consecuencia de la persecución religiosa iniciada en 1914, según historiadores eclesiásticos. El sacerdote fue hecho prisionero por un excondiscípulo, el capitán carrancista Enrique Vera

El 30 de enero de 1915, los padres Galván y José María Araiza ayudaron a decenas de heridos y muertos en un enfrentamiento entre carrancistas y villistas en un lugar conocido como Las Juntas, al sureste de Guadalajara, y ambos fueron aprehendidos por Vera, quien obtuvo el permiso para ejecutarlos, en la parte posterior de un hospital. Después de fusilar a Galván, llegó un indulto que se había conseguido mediante el dinero que pagó una persona acomodada y Araiza salvó la vida.

Los restos de Galván se guardan en una urna en el templo de Nuestra Señora del Rosario en esta ciudad.

Un cura y tres laicos

Apenas estallada la Guerra Cristera, en Chalchihuites, Zacatecas, hicieron prisioneros, el 15 de agosto de 1926, al cura del lugar, Luis Batis Sáinz, y a los jóvenes Salvador Lara, David Roldán y Manuel Morales, miembros de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa y militantes de la ACJM. Dos semanas antes, los tres laicos habían reunido en la plaza de toros a más de medio millar de personas. Los cuatro fueron fusilados.

Al verlos ya muertos, un soldado dijo de uno de ellos: "Qué lástima haber matado a este hombre tan grande y tan fuerte".

Mateo Correa

Siendo párroco de Valparaíso, Zacatecas, Mateo Correa Magallanes, originario de Tepechitlán del mismo estado, fue encarcelado varias veces por ejercer su ministerio, pero el juez lo dejaba en libertad. Cansado ya de esta situación, el general Eulogio Ortiz lo detuvo nuevamente y luego fue llevado a Fresnillo, desde donde lo trasladaron a la cárcel de Durango.

Cuenta el padre Ramiro Valdés Sánchez que, en prisión, Ortiz le ordenó que confesara a varios cristeros que serían fusilados. Después le ordenó que le revelara lo que le acababan de decir. El padre se negó y se lo llevaron al Panteón Oriente. Ahí fue fusilado. Ahora descansa en la catedral de Durango.

Genaro Sánchez y Sabás Reyes

Cocula, al contrario de lo que ocurre en otras poblaciones donde nacieron o están expuestos al culto público las reliquias o los restos de los mártires, parece indiferente ante sus ya casi santos Genaro Sánchez Delgadillo y Sabás Reyes Salazar, que descansan en la parroquia. Es más intenso el fervor hacia sus mártires en el norte y Altos de Jalisco y sur de Zacatecas.

Era de noche y los quejidos de aquel colgado de un mezquite se desparramaron por horas entre el caserío de La Loma, al pie de la sierra de Quila en Tecolotlán. Nadie lo podía descolgar porque le pasaría lo mismo, según había advertido el jefe del piquete de soldados, los cuales regresaron y lo tirotearon. Después lo descolgaron y uno de ellos lo atravesó de pecho a espalda con su bayoneta. Pasadas varias horas de la mañana fue reconocido: Era el padre Sánchez Delgadillo, que lo habían traído preso desde Cocula. Su "delito": leer ante su feligresía la carta pastoral de Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara, en la que condenaba los atentados a la libertad religiosa y en particular la Ley Calles. Fue capturado el 17 de enero de 1927. En 1934, sus restos fueron llevados a Cocula.

Después de ser atormentado durante la noche del 12 al 13 de abril de 1927 -cara y pies le habían sido quemados frente al general Izaguirre, ante quien había sido presentado atado con una soga al cuello para que delatara a su párroco Francisco Vizcarra y a su compañero, el también sacerdote José Dolores Guzmán-, el padre Sabás Reyes fue conducido al panteón de Tototlán, donde fue fusilado.

Román Adame, Justino Orona y Atilano Cruz

A los pobladores de toda la comarca de los Altos de Jalisco y sureste de Zacatecas, les quedó claro desde la exhumación de sus restos que el padre Román Adame era un santo: Petrificado su corazón, tenía incrustado el rosario con el que rezaba cuando fue fusilado al borde de una recién excavada fosa en el cementerio de Yahualica. A los restos de Adame Rosales los fieles le rinden culto en Nochistlán, Zacatecas, de donde era titular de la parroquia cuando fue aprehendido.

"¡Viva Cristo Rey!", apenas pudo exclamar el padre Justino Orona Madrigal en respuesta a los golpes de un numeroso grupo encabezado por el presidente municipal de Cuquío, Jalisco, José Ayala, que había llegado hasta la casa donde se escondía. Ahí, en el quicio de la puerta, fue asesinado, a las dos de la madrugada del 30 de junio de 1928.

Los agresores penetraron a la finca y encontraron al vicario, el padre Atilano Cruz Alvarado, y al seglar José María Orona (no se incluyó en el proceso de beatificación), hermano de Justino, y los asesinaron. Los cuerpos fueron llevados a la plaza para exponerlos ante la población. Con el tiempo, los sacerdotes fueron trasladados a la iglesia parroquial, donde se encuentran ahora.

Toribio Romo, Tranquilino Ubiarco y Rodrigo Aguilar

Presintiendo que había llegado su hora, Toribio Romo González, párroco de Tequila, imploró en su última misa ante numerosos fieles y 20 niños que hacían su primera comunión: "¿Aceptarás mi sangre, Señor? ¿Y aceptarás mi sangre, Señor, que te ofrezco por la paz de la Iglesia?". El 24 de febrero de 1928 un grupo de agraristas y soldados asaltaron la abandonada finca tequilera donde se escondía y lo asesinaron. Una de sus hermanas corrió hacia el sacerdote y le gritó: "Ánimo Toribio. Jesús misericordioso, recíbelo. ¡Viva Cristo Rey!". Sus restos fueron exhumados años más tarde y trasladados a Jalostotitlán.

Entre los eucaliptos verdes, altos y frondosos que hacen fila a ambos lados de la entrada sur de Tepatitlán, sobresale uno totalmente seco, pero que sigue firme, con adornos y veladoras. Cuentan los pobladores que el árbol se secó cuando la Cristiada, concretamente después de que el 5 de octubre de 1928 fue ahorcado ahí Tranquilino Ubiarco, sacerdote que había instalado comedores gratuitos para cientos de personas expulsadas de rancherías e, incluso, cabeceras municipales. Sus restos reciben el culto público en uno de los templos del lugar.

Rodrigo Aguilar, cura de Unión de Tula, también fue colgado, pero de un mango en la plaza de Ejutla, un pueblito situado en el fondo de una barranca, donde se escondía de la persecución religiosa. Cuando le echaron la soga al cuello, el sacerdote la bendijo. Sus restos se encuentran en el templo de La Unión.

José María Robles, Julio Álvarez y Pedro Esqueda

Cuando uno de sus verdugos intentó echarle la soga al cuello, el padre José María Robles le dijo que no se manchara las manos, que él mismo se la pondría, después de bendecirla y besarla. Era el 25 de junio de 1927 y fue colgado de un encino, cerca del poblado de Quila, en las inmediaciones de Tecolotlán, de donde era cura. Fundador de la orden de las Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado, sus restos reposan en el convento por él fundado en Guadalajara.

"¿Siempre me van a matar?", preguntó con humildad el padre Álvarez Mendoza al capitán Grajeda, que lo condujo al paredón de fusilamiento. "Ésa es la orden que tengo", respondió el uniformado. Una descarga acabó con su vida el 30 de marzo de 1927, cerca de San Julián, Jalisco, pasadas las 5:15 horas. Con el tiempo, los feligreses de Mechoacanejo reclamaron sus restos, donde actualmente descansan.

Por el mismo rumbo, el 22 de noviembre de ese año, en Teocaltitán, a medio camino entre San Juan de los Lagos y San Miguel el Alto, el coronel Santoyo ordenó que Pedro Esqueda Ramírez fuera quemado vivo con paja que encontraron en el lugar, pero como el sacerdote no podía subir porque había sufrido una fractura al ser torturado en San Miguel, se dio marcha atrás y Santoyo le disparó con su pistola. Sus restos están en la catedral de la diócesis de San Juan, de donde era originario.

José Méndez Montoya

Según la leyenda, el capitán Muñiz intentó disparar con su pistola al sacerdote José Méndez Montoya, pero el arma se atascó; después, en tres ocasiones ordenó a sus soldados que hicieran fuego, pero ninguna bala tocó el cuerpo del padre. Muñiz, entonces, hurgó en la ropa del sacerdote y encontró un crucifijo y unas medallas. Las armas funcionaron y las balas dieron en el blanco. Era el día de San Felipe de Jesús, 5 de febrero de 1928, en Cortázar. Posteriormente su cuerpo fue llevado a Valtierrilla, Guanajuato.

David Uribe, Margarito Flores y Miguel de la Mora

El padre David Uribe ya se había salvado una vez de ser fusilado, cuando un pariente suyo, el mayor Félix Ocampo, intervino por él, pero la segunda ocasión no pudo escapar cuando en el mismo tren que viajaba de regreso a Iguala se topó con el general Adrián Castrejón, quien lo detuvo. El 12 de abril de 1927 fue fusilado. Sus restos están en Chilapa.

Era de madrugada cuando el padre Margarito Flores apenas había llegado a su nuevo destino, la parroquia de Atenango del Río, Guerrero, y fue aprehendido, obligado a despojarse de su ropa y calzado y a caminar durante horas, sin darle siquiera agua para llevarlo a Tulimán, donde fue fusilado el 12 de noviembre de 1927. Cuentan los viejos del pueblo que cuando fue exhumado "su sangre manaba con frescura". Sus restos fueron depositados en la capilla de Nuestro Señor de Ojeda, en Taxco.

Miguel de la Mora era el responsable de la catedral de Colima cuando lo detuvieron. Fue llevado a un corral y ahí fue asesinado mientras rezaba el rosario.

Pedro de Jesús Maldonado

Este sacerdote, asesinado el 10 de febrero de 1937, fue de las últimas víctimas de la persecución religiosa, porque en Chihuahua, su tierra de origen, la Ley Calles se aplicó con mucha tardanza.

En pleno inicio de la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, llegaron hasta su templo, en Santa Isabel, muchos hombres armados y bajo los efectos del alcohol. Lo arrestaron y se lo llevaron a la Presidencia Municipal, donde fue golpeado. Unas mujeres lo llevaron al Hospital Civil de la capital, donde murió horas después. (Proceso 1224 / 16 de abril de 2000)

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