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La
Cuaresma, algunos elementos para reflexionar
El tiempo de cuaresma prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración para la celebración del misterio Pascual, sobretodo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia. |
El Miércoles de Ceniza, el Inicio de la Cuaresma |
La Exhortación
Apostólica “Reconciliatio et Paenitentia” de Juan Pablo II dada
en Roma el día 2 de Diciembre 1984 nos ofrece un riqueza de elementos
que pueden retomarse en este tiempo de Cuaresma, aprovechando esta riqueza,
presento aquí algunos puntos para la reflexión.
ANTROPOLOGÍA DE LA CUARESMA
El hombre fue creado
por Dios, a su imagen y semejanza, (cfr. Gn 1,26); fue destinado a vivir
en la libertad y en la vida con Dios. Se le dio el poder sobre la creación
para que la gobernara; mas el hombre no acepto el plan de Dios, desobedeció
el mandato divino (cfr. Gn 2,7-9). Hoy día vivimos una situación
semejante, el pecado ha ganado terreno y se ha convertido en algo tan natural
y común que a muchos les tiene sin cuidado.
Es en el tiempo
de Cuaresma que Dios, por medio de su Palabra, nos pone frente a nosotros
mismos, con nuestros aciertos y logros, pero también ante nuestros
desaciertos, fracasos y pecados, y nos hace ver que la felicidad que aparentemente
tenemos no es verdadera ni plena, que nuestras acciones y actitudes no
están de acuerdo con su plan.
Este plan arranca
desde la creación en la cual Dios se revela como Creador y Padre
del universo. Propone al hombre la divinización, es decir, llegar
a ser hijos de Dios, llegar a reproducir la imagen de Jesucristo, para
que el lo acepte libre y concientemente, cosa que no sucede; se da por
el contrario el pecado, que es un rechazo al Plan de Dios. No obstante
Dios por su infinito amor le promete un salvador (cfr.Gen.3,15). Es Cristo
ese salvador que viene a culminar la obra del Padre, a crear, a redimir
al hombre en todos los aspectos. Él es el vencedor del pecado y
de la muerte (Rm.5,12). Cristo es el salvador prometido por Dios, su propio
Hijo es nuestro redentor; busca a los pecadores más que a los justos,
a los pobres más que a los ricos, y a los que son despreciados a
los ojos del mundo. ¿Qué más puede hacer Dios por
nosotros? Nada, nos toca a nosotros corresponder al amor de Dios, empezando
a reconocer que somos pecadores, hombres débiles que en cualquier
momento podemos caer y que necesitamos la Gracia de Dios para ser mejores
cristianos y construir el Reino de Dios entre nosotros. ¿Y que mejor
momento que la Cuaresma?
¿QUÉ ES LA CUARESMA?
Es el periodo de 40 días, en el que la Iglesia quiere promover la “metanoia”, es decir, el cambio de mente y corazón, para celebrar dignamente la Pascua liberadora de Cristo. Es un tiempo de intensa oración, ayuno y penitencia; un tiempo para practicar las virtudes, combatir los vicios y pecados, tiempo de sacrificio, de escucha de la Palabra de Dios, de frecuentar los sacramentos, de lucha contra el mal, de preparación para “el encuentro con Cristo Resucitado”.
El tiempo de cuaresma prepara a los fieles, entregados mas intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración para la celebración del misterio Pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia. La Cuaresma responde a una doble finalidad: prepara a los que quiere recibir el bautismo y devuelve la vida a los bautizados vencidos por el pecado. La cuaresma no se reduce a meras observaciones rituales sino que trata de establecer un contacto con Dios y por consiguiente con el prójimo. Las prácticas ascéticas deben estar en relación a los demás, es decir, con un profundo sentido de Iglesia. Por tanto todo lo que se haga en este tiempo tiene sentido sólo si traducimos éstas prácticas en amor a Dios y a los demás.
Este tiempo es favorable
para fortalecer nuestro espíritu con la gracia de Dios, y así
dejarnos quitar la rutina del pecado y renovarnos interior y comunitariamente.
Esta renovación tiene como fin la vida eterna. La cual Dios nos
la regala si la abrazamos convirtiéndonos y creyendo en el Evangelio,
esforzándonos por conocer el misterio de Cristo y contemplarlo en
el amor. Es ésta una visión optimista del hombre presentada
por la cuaresma, no nos deja solo en el reconocernos pecadores, sino que
nos hace asumir nuestra realidad, nos proyecta a superarla y nos impulsa
a luchar para alcanzar la Vida Eterna. La Cuaresma presenta este mismo
proceso pues empieza con el gesto de la ceniza, pero acaba con el agua
de la noche de Pascua.
PRINCIPIO DE LA CUARESMA / MIÉRCOLES DE CENIZA
Con este signo se expresó en los primeros siglos el camino cuaresmal de los penitentes, con él expresaban su voluntad de conversión. En el siglo XI desaparece la institución de los penitentes y se vio este signo como conveniente para todos los cristianos y se empezó a realizar al comienzo de la Cuaresma. La ceniza es un signo de conversión, signo que nos recuerda nuestra condición de pecadores y el deseo de corregirnos. Su finalidad es recordarnos nuestra condición débil y caduca. No tenemos, por tanto, de que gloriarnos, asumamos una actitud humilde y un deseo de conversión; de esta manera seremos dóciles a la voluntad de Dios: “Convertíos a Mí de todo corazón” (Jr. 2,12), “dejaos reconciliar con Dios” (2 Cor. 5,20).
Para recibir la ceniza
es necesario tomar una actitud seria, reconociendo nuestra condición
de pecadores. No tiene pues sentido recibirla si no hay conversión
en nosotros, un cambio de vida, un acerca-miento a la Palabra de Dios,
una vivencia de nuestra Fe; vamos a darle a este signo el sentido de muerte
al pecado y vida con Dios, encontrando así pleno significado en
la Pascua liberadora de Cristo; nosotros nos hacemos solidarios con Cristo
acompañándolo en su Pasión y Muerte con la penitencia,
el ayuno, la oración y la caridad, para llegar a resucitar con Él.
En conclusión con este signo nos ponemos en marcha hacia la Pascua.
FIN DE LA CUARESMA
El Domingo de Ramos no es un simple recuerdo, sino que es nuestra propia subida con Cristo al sacrificio, teniendo en cuenta que Él triunfó, por tanto también nosotros. No debemos quedarnos con sentimentalismos, sino ver el aspecto triunfal y vencedor del sufrimiento. El Domingo de Ramos es una síntesis de nuestra vida cristiana, por ello unámonos a Cristo, caminemos junto con Él sin temor a las adversidades de la vida.
“Todo el que dejare
hermanos, hermanas... por amor de mi nombre, recibirá el céntuplo
y heredará la vida eterna” (Mt.19,29). Los días siguientes;
lunes, martes y miércoles, la liturgia nos presenta a Cristo como
el siervo obediente y sufriente pero que muere para el triunfo. Estos tres
días nos deben de impulsar a imitar a Cristo, Él será
nuestra fuerza, nuestra libertad, nuestra resurrección.
LA RESURECCIÓN
¿Cuál es la causa de la situación que estamos viviendo, de injusticia, inseguridad, secuestros, robos, abuso del sexo, drogas, fraudes, egoísmos, mentiras? Diré con toda seguridad que es el pecado, pero algo está pasando hoy día con el pecado, que por diferentes factores hemos perdido su sentido. Dice Pío XII; “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”, ésta lleva implícita la negación, el rechazo de Dios en la vida del hombre. ¿Cómo podremos afrontar esta crisis, esta pérdida de valores? Restableciendo el sentido justo del pecado, acudiendo a los principios de la razón y de la fe. Es tarea de la Iglesia, -y entiéndase por Iglesia todos los bautizados- suscitar en los hombres el sentido del pecado, infundiendo la conversión y la penitencia para alcanzar la reconciliación.
Es indispensable partir de la toma de conciencia de que somos pecadores como dice San Juan: “Si decimos que estamos sin pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados” (Jn.1,8ss.) Reconocerse pecadores es la forma para volver a Dios: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc.15,18). Si tomamos esta actitud nos encontraremos al Padre con los brazos abiertos, nos recibirá porque su amor es más grande que nuestro pecado.
Vemos claramente cómo la reconciliación es “don del Padre Celestial”. El envió a su único Hijo y con Él ha reconciliado al hombre plenamente por su muerte-resurrección.
Hoy día, Cristo sigue reconciliando al hombre en sus cuatro aspectos: consigo mismo, con Dios, con los demás y con las criaturas, mediante la catequesis, la penitencia y los sacramentos. Para este tiempo de Cuaresma, la Reconciliación es uno de los sacramentos más eficaces y significativos, por éste, todo cristiano y toda la comunidad de los creyentes recibe la certeza del perdón. Cristo vino con poder para juzgar y para perdonar los pecados, poder que transmitió a simples hombres: “Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes los retuviereis, les serán retenidos” (Jn 26,22). Es pues el mismo Cristo el que perdona y el que toma la iniciativa, es el Buen Pastor que busca la oveja perdida, el médico de almas, el juez que juzga por las intenciones y no por apariencias. Es una actitud de amor, de misericordia la que adopta Cristo; más que juzgar, amonesta: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11).
Este sacramento viene
a ser el medio ordinario para obtener el perdón de Dios. Ahora bien,
por parte del penitente es necesaria una actitud humilde, disposición
para convertirse, rectitud y transparencia de conciencia. El acto esencial
de la Reconciliación es la Contrición, o sea un rechazo claro
y decidido al pecado cometido, junto con el propósito de no volver
a cometerlo. La acusación de los pecados constituye un gesto litúrgico
de profunda humildad. Dios Padre perdona al penitente al pronunciar al
sacerdote la absolución. La satisfacción corona el sacramento.
El penitente se compromete llevar una vida nueva.
LA ASCESIS DE LA CUARESMA
Mientras el hombre
viva en este mundo está propenso al pecado por eso es necesario
que busque el equilibrio, para esto la Iglesia propone una ascética,
que ha de llevarse en relación a una liberación en Cristo
Resucitado, para que estas prácticas sean algo alegre y no cargas
que causen tristeza. La ascesis cuaresmal nos propone pues los medios para
cambiar nuestra situación de egoísmo, de rivalidad, de indiferencia.
LA PENITENCIA
El cambio profundo
de corazón es la ascesis, es decir el esfuerzo concreto y cotidiano
del hombre sostenido por la gracia de Dios. Este cambio de corazón
que es una conversión se debe traducir en formas con-cretas de vida;
vivir en el amor, en la justicia, en la verdad. De aquí que la Penitencia
está íntimamente unida con la Reconciliación.
Si logramos una
profunda y verdadera conversión lograremos una armonía con
la sociedad, viviendo en la concordia unos con otros, construyendo así
la civilización del amor. La Penitencia es un medio que en este
tiempo de Cuaresma toma más fuerza para restaurar el equilibrio
y la armonía rotos por el pecado hasta lograr un cambio de dirección
a costa de sacrificio. La Penitencia debe estar inspirada por el amor y
consiste en crucificar al hombre viejo para renacer a un hombre nuevo a
ejemplo de Cristo.
EL AYUNO
El ayuno es un signo de conversión, de arrepentimiento y de mortificación personal y al mismo tiempo de unión con Cristo Crucificado y de solidaridad con los que padecen hambre y los que sufren. Es el suntuoso alimento de nuestra alma y lo mismo que una alimentación copiosa engrosa nuestro cuerpo, así el ayuno da vigor a nuestra alma, la provee de alas potentes y ligeras que la llevan a todos las alturas de la virtud y de la verdad.
El principal motivo para hacer ayuno es fortalecer nuestra voluntad, elevar nuestro espíritu para vencer nuestro egoísmo e indiferencia. Para ayunar se requieren dos condiciones:
1. Contacto con el
prójimo mediante la caridad fraterna.
2. Contacto con
el verdadero Dios.
Sin esto, el ayuno sería una egoísta ilusión vuelta inconscientemente sobre sí misma y una falsedad, no tiene sentido si el corazón se aparta de la justicia. Podemos solamente abstenernos del alimento material pero no dejamos de pecar. Este sería un ayuno más grato de Dios; abstenerse de todo pecado. No por esto vamos a quitarle valor al ayuno material; como hemos visto anteriormente es un medio que si lo empleamos convenientemente, produce ricos y abundantes frutos; como acercarnos más a Dios, ponernos en una actitud de servicio para con los demás quitando el egoísmo, tener un espíritu de mortificación no dándole gusto a nuestro cuerpo en todo lo que nos pide.
Ayunemos, dice San
Agustín, humillando nuestra alma ante la proximidad del día
en que el Maestro de la humildad se humilló a sí mismo haciéndose
obediente hasta la muerte de cruz Imitemos su crucifixión sujetando
a la cruz, con los clavos de la abstinencia, nuestras pasiones desenfrenadas.
El ayuno nos motiva a la construcción de la Iglesia hasta llegar
a la estatura de Cristo, desempeñando así una acción
salvadora con visión escatológica. Es el ayuno, dentro de
la Pascua, un signo de alegría, de eficiencia y ejemplo que nos
pone en contacto con el ayuno de Cristo, su lucha y su victoria.
LA ORACIÓN
La Cuaresma es un
tiempo apto para renovar la oración, para redescubrir su valor,
ésta tiene mayor efectividad si se acompaña del ayuno; debe
apoyarse en la humildad, caridad, ayuno, limosna, abstinencia y en el perdón.
Mediante la oración nos ponemos en contacto con Dios que es amor
y misericordia; encontrando en Él, sentido a nuestra vida.
LA LIMOSNA
La limosna es uno
de los tres principales ejercicios de la Cuaresma. Su espíritu debe
ser el amor a Dios en el prójimo, venciendo con ello el egoísmo,
la ambición y la avaricia. Es un medio para hacer concreta la caridad,
compartiendo lo mejor que se tiene con aquellos que lo necesitan.
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